EL COLECCIONISTA DE MIRADAS

Demasiadas veces he tenido la sensación de que lo ojos hablan… Aunque en realidad no es más que un prisma que da forma a los elementos que componen nuestro entorno. ¿Es la cámara la única capaz de captar la verdad sin juzgar? ¿O vive a merced de un fotógrafo? ¡Ah! Será que el conocer los encuadres, perfiles y sombras, tan solo se convierte en un arma para transmitir la idea. Si me paro a pensar, nunca me ha atraído dicho oficio, no lo necesito, ya tengo mi memoria.

         Desde siempre he coleccionado miradas; lo único que preciso es mi propia curiosidad para almacenarlas en mis recuerdos; las he contemplado tristes, alegres, soñadoras, ingenuas, distantes, frías, cansadas… Forman parte de mi propio álbum de la vida, al igual que la frustración que sentía al no poder dar el paso para detenerme ante el dolor y consolar, ante la pasión para disfrutar, ante el amor para escudriñar. Porque los ojos me transmiten el deseo de acercarme, de aprender, de sentir que no somos tan diferentes y toda la soledad que transmite la sociedad no es más que pura ilusión.

         Recuerdo un día, en que me hallaba en el metro de Madrid, me llamó la atención una mujer; vestía un traje rojo y barato, parecía uno de esos uniformes de cajera de supermercado. El calor había desfigurado la pintura de su cara, y tenía unos perdidos ojos marrones que llamaban a la melancolía; su forma de sentarse en aquella silla de plástico expresaba a una persona atrapada por sus propios pensamientos. Creo que sentí pena, no sé por qué, habría querido acercarme y preguntarle si necesitaba hablar, pero, como siempre, reprimí mi instinto, no quise llamar la atención. Cuando abandonó el tren con paso cansado, supe que había vuelto a perder otra oportunidad de consolar.

         En el banco del viejo pozo de mi pueblo, en un final de verano, había una señora sentada ataviada con ropa de color negro. En su tez blanca destacaban unas profundas ojeras y una expresión que exhalaba una tristeza indescriptible. Era como si hubiera perdido parte de ella en algún rincón del tiempo. Pero tampoco me detuve a hablar, tenía prisa. No puedo evitar pensar que cinco minutos habrían ahuyentado la soledad que abatía su vejez.

         Ver, pero huir de los golpes de mi corazón que me trasladan a un mundo caótico, donde el amor y la alegría se escabullen, con la facilidad en que los acontecimientos rompen la vida.

         Recuerdo que, cada vez que me encontraba con los ojos afligidos de un amigo, no podía evitar querer acariciarle y contarle que el simple hecho de existir ya es motivo para ser feliz.

         Añoro el tiempo en que tan solo existía en mis pensamientos la simple preocupación de acudir a la llamada de las miradas, a ese chillido desesperante de transmitir amor. Pero el juego de los días siempre reta nuestros sentimientos más infantiles, la supervivencia no es ningún juez, la naturaleza no es más que una dinámica ley en la que transmuta la energía por medio de la vida y la muerte. Supongo que, por eso, no tuvo remordimientos cuando arrancó de mis sentidos la felicidad que me ayudaba a vivir.

         Me miró en el espejo… tan solo veo ojeras, tristeza y una cara desmontada por el llanto.  Me reconozco, soy como esa parte de mi colección de miradas, la pena cubre mi alma. Hace tanto que vivo encerrado en mi propia desesperación, que sin querer he dejado de conectar con el flujo constante de vivir. Me veo y rememoro que tiempo atrás sentí angustia por esas almas descarriadas; entonces era feliz.

03/12/2025

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